Chapter Capítulo 53
—Muchísimas gracias por venir.—murmuró Lily, en cuanto Daphne se fue.— Por un momento creí que eran mi tía y mi primo y ya estaba mentalizándome para el regaño que me daría.
—Es estupendo volver aquí.—comentó Sirius.— no es lo mismo entrar con permiso que andar como prófugo de la justicia. ¿Sigue por ahí el cuadro de la Señora Gorda? Una vez me echó una buena bronca la noche en que volví al dormitorio a las cuatro de la mañana.
—¿Cuál de todas las veces?—pregunto Remus, burlón.
—Touché.
—¿Te gustaría dar una vuelta, Lily?—ofreció Remus, cálidamente.
—Claro.—aceptó Lily, y salieron de la sala. Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.
—Conque estás aquí, ¿eh?—dijo, mirando a Lily de arriba abajo. Inmediatamente Sirius y Remus fruncieron el ceño y parecían a punto de comenzar a gruñir.— Apuesto a que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?
—¿Disculpe?— Lily lo miro con frialdad y se cruzo de brazos, alzando con altivez la barbilla.
—No le hagas caso.— le dijo Cedric a Lily en voz baja, mirando con severidad a su padre.— Esta enfadado desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts.
—Pero no se preocupo por corregirla, ¿verdad? —atacó Amos, nuevamente, en voz baja cuando Lily, Remus y Sirius estaban junto a la puerta.
—¡Oye!—Sirius dio un paso al frente y Lily lo detuvo.
—Basta.—ordenó Lily con frialdad.— No pienso perder el tiempo en conversaciones estúpidas.
Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse. Lily disfrutó mucho la mañana caminando por los terrenos soleados con Sirius y Remus, mostrándoles el carruaje de Beauxbatons y el barco de Durmstrang.
Cuando caminaban por los invernaderos, Remus le contó a Lily como Percy Weasley, quien había sido el asistente personal del Señor Crouch, no la estaba pasando muy bien, sino que estaba bastante alterado. El Ministerio no quería que se hable de la desaparición del señor Crouch, pero a Percy lo habían llamado para preguntarle acerca de las instrucciones que Crouch le había estado enviando. Piensan que pudieron no haber sido escritas realmente por él. El muchacho estaba sometido a demasiada tensión, incluso no lo iban a dejar sustituir esta noche al señor Crouch en el tribunal, sino que lo haría Cornelius Fudge.
Volvieron al Castillo para la comida.
—Sirius Black, Profesor Lupin,—saludó Theo acudiendo a la mesa de Slytherin junto a Cassius.— Un placer volver a verlos.
—Es un gusto verlos.—saludó Cassius con una sonrisa.—¿Qué hacen aquí?
—Es bueno verlos muchachos.—saludó Remus.— Hemos venido a ver a Lily en la última prueba. ¿Qué tal sus exámenes?
—¿Pero qué preguntas haces, lunático? —se burló Sirius.— Son Slytherin y amigos de nuestra Lily-flor, claramente les ha ido bien.
Ellos sonrieron con orgullo y asintieron. Lily lo pasó tan bien que le parecía estar de vuelta a cuando todos fueron al Mundial de Quidditch. No se acordó de preocuparse por la prueba de aquella noche. A lo lejos, Lily contempló a Hermione sentarse cabizbaja en su mesa, metros más adelante, Ronald Weasley mostraba un gran cardenal en el ojo izquierdo.
—¿Qué ha ocurrido?—pregunto Lily en voz baja, mientras su padrino y Remus conversaban animadamente con Daphne y Theo.
—Hermione no nos ha traicionado.—respondió Theo en un susurro.— Al parecer Weasley nos escuchó a Hermione y a mí hablando un día en la biblioteca sobre como podrías quizá usar hechizos en lengua pársel durante la prueba. Así fue como lo descubrió, Hermione intentó que cerrara la boca y no nos contó para no preocuparnos. Creyó que tenía todo bajo control.
—¿Qué tan verídica es esa información?—preguntó Lily.
—Tan fiable como que Draco le leyó la mente a Weasley y luego le dejó el ojo morado.
—¿Draco?—Theo asintió.— ¿Porqué Hermione esta así? ¿Es por esto?
—Sí. —respondió Theo.— Parece ser que se le ha caído la venda de los ojos. Lo mejor es dejarla un rato sola.
Ella asintió y miró a Draco. No habían hablado mucho en esas últimas semanas, principalmente porque Lily se encontraba muy ocupada entrenando para la tercera prueba. Draco y Lily conectaron miradas y aunque el no le sonrió, Lily supo interpretar su mirada. Estaba preocupado por ella, pero no podía acercarse. Lamentablemente, Draco debía mantener ciertas apariencias ante la sociedad, entre las cuales estaba el no congeniar con un hombre lobo y mucho menos con Sirius Black.
Después de la comida, Lily, Remus y Sirius pasaron la tarde dando un largo paseo por el castillo y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche. Para entonces, Ludo Bagman y Cornelius Fudge se habían incorporado a la mesa de los profesores. Bagman parecía muy contento, pero Cornelius Fudge, que estaba sentado junto a Madame Máxime, tenía una mirada severa y no hablaba. Madame Máxime no levantaba la vista del plato, y a Lily le pareció que tenía los ojos enrojecidos. Hagrid no dejaba de mirarla desde el otro lado de la mesa.
Hubo más platos de lo habitual, pero Lily, que empezaba a estar realmente nerviosa, no comió mucho. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore se puso de pie y se hizo el silencio.
—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.
Lily se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Slytherin le aplaudieron. Remus, Sirius y su corte le desearon buena suerte y salió del Gran Comedor, con Cedric, Fleur y Krum.
—¿Qué tal te encuentras, Lily?—le preguntó Bagman, mientras bajaban la escalatina de piedra por la que se salía del castillo. —¿Estás tranquila?
—Estoy bien.—dijo Lily.
Era bastante cierto: a pesar de sus nervios, seguía repasando mentalmente los maleficios y encantamientos que había practicado y, saber que los podía recordar todos la hacía sentirse mejor.
Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.
Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.
—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto.—dijo McGonagall a los campeones.— Si tienen dificultades y quieren que los rescaten, echen al aire chispas rojas y uno de nosotros irá a salvarlos, ¿entendido?
Los campeones asintieron con la cabeza.
—Pues entonces...ya pueden irse.—les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.
—Buena suerte, Lily.—susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.
Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!» y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:
—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno...¡el señor Cedric Diggory y la señorita Lily Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro.— En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! — Más aplausos— Y en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!
Lily pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a Remus, Sirius y los Slytherin, que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludó con la mano y ellos le devolvieron el saludo, sonriéndole.
—¡Entonces...cuando sople el silbato, entrarán Lily y Cedric!—dijo Bagman.— Tres...dos...uno...
Dio un fuerte pitido, y Lily y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto. Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasaron la entrada. Lily se sentía casi como si volviera a estar sumergida. Sacó la varita, susurro «¡Lumos!» y oyó a Cedric que hacía lo mismo detrás de ella. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al otro.
Lily asintió, a modo de despedida y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric tomaba el de la derecha. Lily oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar al laberinto. Lily se apresuró. El camino que había escogido parecía completamente desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.
Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos los campeones dentro del laberinto. Lily miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien la vigilaba. El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se oscurecía. Llego a una segunda bifurcación.
—¡Oriéntame!—le susurró a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma de la mano.
La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera.
También aquella calle estaba vacía, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo tomó, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. No sabía por qué, pero aquella ausencia de problemas la desconcertaba y la ponía aún más alerta. ¿No tendría que haberse encontrado ya con algo? Parecía que el laberinto le estuviera tendiendo una trampa para que se sintiera segura y confiada.
Luego oyó moverse algo detrás de ella. Levantó la varita, lista para el ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que acababa de salir de una calle que había a mano derecha. Cedric parecía muy asustado: llevaba ardiendo una manga de la túnica.
—¡Los escregutos de cola explosiva de Hagrid!—dijo entre dientes.— ¡Son enormes! ¡Acabo de escapar ahora mismo!
Movió la cabeza a los lados, y salió de la vista por otro camino. Deseando poner la máxima distancia posible entre ella y los escregutos, Lily se alejó a toda prisa. Entonces, al volver una esquina, vio...Un dementor caminaba hacia ella.
Avanzaba con sus más de tres metros de altura, el rostro tapado por la capucha, las manos extendidas, putrefactas, llenas de pústulas, palpando a ciegas el camino hacia ella. Lily oyó su respiración ruidosa, sintió que su húmeda frialdad empezaba a absorberla, pero sabía lo que tenía que hacer...Alzó su varita y gritó:
—¡Expecto Patronum!
El enorme Dragón de plata salió del extremo de su varita y atacó al dementor, que cayó de espaldas, tropezando en el bajo de la túnica...Lily nunca había visto tropezar a un dementor.
—Ah, un boggart.—asintió acercándose a paso tranquilo.— ¡Riddíkulo!
Se oyó un golpe, y el mutable ser estalló en una voluta de humo. El Dragón de plata se desvaneció. A Lily le hubiera gustado que se quedara para acompañarla...pero siguió avanzando todo lo rápida y sigilosamente que podía, aguzando los oídos, con la varita en alto. Izquierda, derecha, de nuevo izquierda...Dos veces se encontró en callejones sin salida.
Repitió el encantamiento brújula, y se dio cuenta de que se había desviado demasiado hacia el este. Volvió sobre sus pasos, tomó una calle a la derecha, y vio una entraña neblina dorada que flotaba hacia ella. Lily se acercó con cautela, apuntado con el haz de luz de la varita. Parecía algún tipo de encantamiento.
Se preguntó si podría deshacerse de ella, pero inmediatamente desecho la idea, puesto que la maldición reductora era sólo para objetos sólidos. Entonces, ¿Qué ocurriría si seguía a través de la niebla? ¿Merecía la pena probar, o sería mejor retroceder? Seguía dudando cuando un agudo grito quebró el silencio.
—¿Fleur?